
DODECAEDRO es una obra musical elaborada con medios estrictamente electrónicos, que se estructura utilizando los elementos básicos de la organización dodecafónica, pero poniéndolos en relación con las bases estructurales (y también simbólicas), de la geometría del dodecaedro, en su formulación matemática.
La relación entre la Música y las Matemáticas está implícita en la propia naturaleza del lenguaje musical y de su materia prima, el sonido. Asimismo, la especulación matemática en un contexto místico simbólico, ha estado presente en Occidente desde los pitagóricos, adquiriendo después diferentes fisonomías en función del medio cultural en el que se desarrollara.
Esta pieza pretende ser un homenaje a dichas tradiciones, así como a un sistema, el dodecafónico, que intentó devolver a la música la capacidad de generar grandes arcos estructurales, a partir de unas simples normas que establecían un sistema cerrado y ordenado que determinaba gran parte de los resultados sonoros, ganando en coherencia estructural lo que perdía en espontaneidad.
La pieza está articulada en base a 12 eventos sonoros o “pentágonos”, cada uno de los cuales contiene su imagen especular en forma de onda invertida. Cada pentágono podría definirse como una especie de microrelato sonoro, sin ninguna relación con el resto, autosuficiente en el reclamo de su espacio propio. La pieza encadena así los eslabones de un catálogo de miniaturas sonoras independientes, aisladas en la redondez de su geografía sonora y, sin embargo, emparentadas por una identidad estructural que las iguala en lo profundo, a pesar de la radical diferencia que las individualiza en su superficie sonora.
Al autoencargarme una pieza como Dodecaedro fui consciente del peligro inherente a la construcción de una obra a partir de dos fuentes de determinación (dodecafonismo y cálculos aritméticos), cuyo resultado no podía sino aquejar rigidez. Para compensar este defecto, me propuse que, todo cuanto no fuera estructura, rígidamente establecida, estuviera concebido desde la intuición sonora, obedeciendo a impulsos que tienen más que ver con el universo del descubrimiento tímbrico que favorece el medio electrónico, con el vagabundeo improvisatorio que intenta atrapar ese momento donde se produce la magia a través de los colores del sonido y sus caprichosas combinaciones; con la búsqueda, en definitiva, de ese estado de fascinación que nos eleva hacia regiones desconocidas, donde los sentidos, en un intercambio sinestésico, nos conducen a estados de conciencia alternativa que nos sustrae de la conciencia habitual, tan esclava del Tiempo y los negocios del mundo.
Pedro Linde. Octubre 2011.
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