
- El lugar de los ocasos
- Jardín cartesiano
- Templo femenino habitado
- Momentos de jardín I
- Momentos de jardín II
- El jardín de los senderos que se bifurcan
- Alambique de luz
- La caja de las esencias
- Paisaje interior
- Ventana interior
- Templo I
- Estación del color místico I
- Estación del color místico II
- Estación del color místico III
- Estación del color místico IV
- Estación del color místico V
- Estación del color místico VI
- Estación del color místico VII
- Paisaje con gominolas
- Encrucijadas
- Las ciudades escondidas: Marozia
- Via láctea II
- Ventanas a lo abierto
MI MATRIA ES EL PAISAJE.
“Espacio deseado y deseante, eres dios y nada”.
El paisaje es femenino, una sustancia materna que se tiende siempre horizontal a través de la ventana del alma.
El alma es un fruto que madura cuando aprende a contemplar el paisaje. La dinámica del aprender a ver suele ir del más al menos. Al principio necesita de muchos elementos, gusta de lo frondoso, lo ameno, lo variado y multiforme. Luego, la mirada va decantando lo mirado como la madre de un buen vino se va posando en la bodega interior, madurando hacia lo simple, concentrado, y al tiempo, extenso. La mirada se hace así más intensa ante lo despojado. Nace la experiencia del desierto como nace un niño mudo pero inmenso: la experiencia del “desertar” sería así la vía del aprender de la mirada.
Convocar las tradiciones del paisaje y las de las naturalezas muertas en la escena del imaginario. Establecer un vínculo entre las tradiciones visuales del fuera y del dentro. Cuadro dentro del cuadro.
Un objeto investido (pleno de sugerencias poéticas), excava “su lugar” hacia adentro, abriendo un espacio arquitectónico en la planitud de un espacio con resonancias de visión atmosférica. El signo-objeto busca el lugar único de la estancia, el único lugar donde quiere ofrecerse a la liturgia de la representación; necesita representarse en “su centro”, frecuentemente renunciando al centro de la composición – “la piedra no está en el centro, la piedra es el centro”-.
A veces, estos huecos habitados conviven con esas otras habitaciones deshabitadas que penetran el paisaje, como lugares donde se ha producido la desaparición del ser, donde solo habita el espacio y la luz que lo penetra y construye, ya ausente el signo (o bien donde el propio vacío se convierte en signo), hueco deseado y deseante; lugares revelados, potenciales como un lienzo en blanco, donde el espacio se activa al abrirse a las múltiples miradas del lector, de igual forma que en un texto leemos entre líneas, y donde tanto importa lo dicho como lo callado. Así se abre entre las líneas del paisaje exterior un paréntesis íntimo, una respiración, un lugar abandonado a la ensoñación del lector.
Pedro Linde. Marzo del 2005.
Texto para la exposición individual de P. Linde celebrada entre el 1 y el 20 de Abril de 2005 en la Sala de Exposiciones del Ámbito Cultural del Corte Inglés de Málaga.
|